Sobre el festejo del Día de Muertos prehispánico, te compartimos algunos datos clave.
Los mexicas, cultura dominante en Mesoamérica cuando llegaron los españoles, consideraban a la muerte como el comienzo de un viaje hacia un lugar llamado Mictlán, el reino de los muertos o inframundo.
Antes de llegar al Mictlán, el alma se tenía que desprender del cuerpo.
Tlaltecuhtli era la diosa de la Tierra que se encargaba de devorar los cadáveres; de acuerdo al mito azteca, tras devorar los cuerpos, esta deidad paría las almas, las cuales podían iniciar así su camino hacia el Mictlán.
Las almas de los difuntos viajaban durante cuatro días para llegar al Mictlán, donde se encontraban con Mictlantecuhtli, señor de los muertos o Dios de la Muerte.
Tras llegar al Mictlán, las almas eran enviadas a una de las nueve regiones donde permanecían un periodo de prueba que duraba cuatro años, antes de llegar a la morada de su eterno descanso, conocida como “obsidiana de los muertos”.
El destino del alma del muerto estaba determinado de acuerdo al tipo de muerte.
Los que morían ahogados iban al Tlalocan o paraíso de Tláloc.
Mural que ilustra el Tlalocan
Los niños muertos iban a un lugar llamado Chichihuacuauhco, donde había un árbol de cuyas ramas goteaba leche para que no pasaran hambre.
El Mictlán estaba destinado para todas las personas que morían de muerte natural.
La muerte más deseada por los antiguos mexicanos era en combate o en sacrificio, pues quienes morían así iban al Omeyocan o paraíso del Sol, y tras cuatro años regresaban a la vida en forma de colibrí. Además de los guerreros, este destino privilegiado tras las muerte era para las mujeres muertas en parto.
En la época prehispánica no se realizaban altares u ofrendas como los que conocemos actualmente y que forman parte del festejo del Día de Muertos.
Las ofrendas formaban parte más bien del rito funerario; es decir, no se colocaban en una fecha especial después de la muerte de la persona, sino formaban parte de su entierro.
El difunto era enterrado con joyas y ropajes, con vasijas con alimentos, agua, y otros elementos que podrían servirle al ánima en su camino al Mictlán.
Los cadáveres también eran enterrados con perros que servían de guían para el viaje al inframundo; y, en el caso de los gobernantes o personajes de clases privilegiadas, se les enterraba con sus esclavos para que lo acompañaran en su camino.
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El festejo del Día de Muertos durante el 1 y 2 de noviembre es católico, pues los antiguos mexicanos tenían otras fechas para el culto a la muerte.
Una de las celebraciones era el Miccailhuitontli, la cual era dedicada a los niños muertos y se realizaba durante agosto; y el Hueymiccailhuitl que se realizaba en septiembre. Esta última era considerada como la gran fiesta de los muertos; ambas celebraciones duraban 20 días.
La muerte era tan importante para los mexicas que en su calendario uno de sus días era Miquiztli, que significa muerte. Incluso se consideraba que si un niño nacía en el día miquiztli era señal de buena fortuna, aunque era necesario hacer sacrificios de codornices en su honor.
Con información de Muerte a filo de obsidiana. Los nahuas frente a la muerte. Eduardo Matos Moctezuma, y La calavera de Paul Westheim, ambos editados por el Fondo de Cultura Económica.
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